Yo estaba imbuida de una tristeza tan ardiente como poderosa y estaba deseando abandonarme al consuelo de las lágrimas, pero hice todo lo posible por dominarme, recordando lo que me había dicho mi gurú: no puedes permitirte el lujo de venirte abajo, porque entonces se convertirá en una costumbre que repetirás una y otra vez. En lugar de eso, debes procurar ser fuerte.
Pero yo no me sentía fuerte. El cuerpo entero me dolía de ser tan cobarde. Al pensar en esas conversaciones que tenía con mi mente, no tenía claro quién era <<yo>> y quién era <<mi mente>>. Pensé en esa implacable máquina procesadora de ideas y devoradora de almas que es mi mente y me planteé cómo diablos iba a poder dominarla. Entonces pensé en esa frase que sale en la película Tiburón y no pude evitar sonreír:
-Nos va a hacer falta un barco más grande.
Comer, rezar, amar
Elizabeth Gilbert